Published On: 20/06/2025

Tenemos el corazón hecho pedazos. No estamos acostumbrados a esto. Toda nuestra vida en la protectora ha girado en torno a proteger y cuidar a cada uno de nuestros pequeños, y siempre, siempre, hemos podido enorgullecernos de nuestra ínfima tasa de mortalidad. Pero este 2025 nos está destrozando.

Sabemos que la edad no perdona, que una alta prevalencia de animales mayores es la ley de la vida, y aceptamos eso con resignación. Pero es que la realidad que nos golpea va más allá: estamos viendo casos dantescos, llegadas que nos quitan el aliento. Las dos últimas pequeñas que rescatamos estaban sentenciadas, con enfermedades incurables, y se nos han ido. Murieron en nuestros brazos, rodeadas del amor y la empatía que merecían en sus últimos días… solo pudimos susurrarles un perdón ahogado por no haber llegado antes.

Nos desangramos económicamente, gastando el dinero que no tenemos en ingresos e interminables pruebas veterinarias, solo para confirmar diagnósticos de dolor, sufrimiento y una resignación brutal. Ni siquiera tenemos tiempo de presentar estas vidas preciosas al mundo, de darles esa oportunidad que les fue arrebatada.

¿Por qué la gente no pide ayuda antes? ¿Por qué un ser inocente tiene que ser devorado por el sufrimiento y la enfermedad para que alguien, por fin, sienta compasión y busque soluciones? ¡Así solo llegamos tarde! Siempre llegamos tarde.

Vivimos con un nudo en el estómago, una mezcla de rabia impotente y un dolor que nos consume. Pero, sobre todo, una tristeza profunda y lacerante.

Aun así, un inmenso gracias a todos los que están ahí, los que nos sostienen con su apoyo y aliento en medio de esta oscuridad.